Reflexiones sobre la enseñanza del derecho

-Por el Dr. Sergio Lois-

La palabra educación significa sacar de dentro. No somos cubos que hay que llenar, ya estamos llenos.

Algunos sistemas (no el argentino precisamente) proponen que el derecho debe ser enseñado de la siguiente forma: primero se debe enseñar jurisprudencia y luego doctrina de autores reconocidos. Esto tiene que ver con el sistema  jurídico imperante. Al enseñar sólo la opinión que se tiene acerca de la normativa dejamos de lado la aplicación práctica del derecho al caso concreto.

Nuestro sistema actual propone que primero se enseñe la interpretación que realizan los doctrinarios respecto de las normas y luego jurisprudencia como si ésta última resultara algo accesorio o secundario. SI bien la jurisprudencia es obligatoria para el caso concreto (salvo la aplicada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación que genera cierta obligación moral para los tribunales inferiores-aunque no es obligatoria en sentido estricto-) es de suma trascendencia a la hora de enseñar derecho a los estudiantes ya que es la expresión más acabada de la aplicación de la norma a un caso concreto para la resolución de un conflicto individual o colectivo.

Los estudiantes no  aprenden mediante la memorización de textos largos. Eso es mera información ya elaborada y filtrada por otros, tomada como algo absolutamente trascendental para el sistema educativo de la actualidad. El consumo de información no lograra que los nuevos profesionales sean excelentes en las distintas ramas del derecho, solamente genera que sean meros repetidores de lo que otros han dicho. Esos textos constituyen doctrina que debe ser memorizada a la perfección al igual que la letra de la norma. El aprendizaje es un proceso mucho más profundo que eso, sin embargo tampoco la memorización de jurisprudencia nos va a ayudar mucho: es una de los elementos que deben adquirir mayor relevancia para la transformación de la forma de aprender pero no es el único. Por otro lado, el aprendizaje constituye un proceso creativo en el que el estudiante no es un mero espectador, es decir, un individuo que no interviene en la construcción del saber. El estudiante debe ser parte de ese aprendizaje en el que se profundizan los conceptos para ser aplicados tanto en el ejercicio del derecho como en la función judicial o en otra área de interés para el futuro profesional. Ahora bien, ¿de qué manera se produce la transformación de los sujetos pasivos a sujetos activos en el proceso de aprendizaje? Creo que la participación en las clases resulta de suma transcendencia. De nada sirve llenar las horas con un monologo de un profesor iluminado que ilumina a sus alumnos. El fenómeno del aprendizaje puede convertirse en algo mucho más enriquecedor. Ello puede lograrse si los estudiantes realizan un estudio previo antes del dictado de la materia: es así que, una de las posibilidades que vislumbro, es que los mismos vendrán con conocimientos para ser discutidos en clase y no esperarán que los conocimientos sean impartidos por un docente catedrático.

La universidad ha sido y continuará siendo un universo complejo que ha formado una cultura jurídica de excelencia reforzando las instituciones democráticas en un mundo versátil y cambiante. Con el presente artículo no quiero decir que las universidades son instituciones vetustas e innecesarias sino que con la ayuda de las nuevas metodologías de enseñanza se pueden obtener resultados sorprendentes. Partamos de la base que el contexto actual se caracteriza por ser cambiante con un mercado laboral cada vez más excluyente. Se requieren ciertas competencias para desenvolverse a nivel laboral. Dichas competencias puede desarrollarse aprendiendo a realizar determinadas tareas con lo que se sabe, es decir aplicando el conocimiento a la realidad. Pero a su vez, hay que tener en cuenta si lo que se sabe va a ser útil para el futuro del profesional, por lo tanto se debe aprender a aprehender nuevas habilidades para afrontar un futuro absolutamente incierto. Por ejemplo, en la actualidad se requieren profesionales capacitados para entender e interpretar las nuevas regulaciones que implica adentrarse en la era digital.

Por otra parte, si bien tanto la doctrina como la jurisprudencia resultan ser herramientas fundamentales para el profesional no constituyen la totalidad de armas con las que se puede enriquecer el bagaje jurídico del futuro letrado: el manejo de las relaciones humanas resulta ser un elemento muy importante a la hora de enfrentarse cotidianamente con la realidad imperante. Las relaciones humanas implican que el profesional debe ser una persona con determinadas habilidades para la resolución de conflictos. El derecho constituye el medio  indispensable para la paz social (el gran doctrinario Von Ihering sostenía que el derecho es el medio para la paz pero se conquista mediante la lucha) pero ello se logra en la medida que puedan llegar a resolverse los conflictos sociales suscitados indefectiblemente que logran llegar a ser abordados por la justicia. La tensión social es un fenómeno presente en cualquier sociedad del mundo necesaria para el crecimiento y la transformación. La sociedad se encuentra en una tensión constante, las relaciones individuales son complejas y esconden determinados posiciones e intereses que desencadenan el conflicto. Las instituciones judiciales intervienen en la medida que exista un hecho  contradictorio: el sujeto A sostiene la veracidad de ciertos hechos y el sujeto B niega esos hechos o sostiene que la realidad es otra. El letrado deberá ser un profesional preparado para aplicar el derecho, interpretarlo y adecuarlo a los hechos relatados por el accionante. El abogado, como distintos juristas han sostenido, es un intérprete del derecho pero, a su vez, es su traductor: es decir, debe explicarle a su cliente que es lo que la norma dice y, eventualmente, explicar que es lo que sostuvo el magistrado en la sentencia. En conclusión, el abogado debe estar preparado para analizar el conflicto suscitado, interpretar la norma, aplicarla y traducirla. Dichas capacidades se forman y desarrollan con el ejercicio de la profesión pero en las universidades se sigue repitiendo el mismo patrón de formación de futuros profesionales: el consumo de contenidos preestablecidos por los programas de estudios universitarios.

Por otra parte, los estudiantes presentan perfiles muy variados. Que no se cumplan con las expectativas en los exámenes no quiere decir que no se esté  preparado para el mundo profesional. Existe un discurso muy difundido que considera que existen personas adecuadas para tal o cual labor de acuerdo a su personalidad. En realidad, dicho discurso se basan en estereotipos carentes de bases teóricas fuertes: se considera, por ejemplo, que los abogados deben poseer un carácter fuerte (aunque no se sabe con exactitud lo que es el carácter) y ser excelentes oradores. Esta postura no motiva a los estudiantes a continuar con su aprendizaje. Sostengo que se deben crear ambientes de estudio mucho más sanos en los que la competencia sea dejada de lado al igual que los prejuicios y las ideas carentes de sustento fáctico. Para ilustrar este punto resulta paradójica la vida de Mahatma Ghandi. Éste líder reconocido mundialmente fue abogado, pero no un abogado que cumplía con los estereotipos clásicos: era una persona tímida y pésimo orador. Sin embargo, fue uno de los líderes más importantes de la historia de la humanidad ya que pudo trascender sobre los prejuicios limitantes y las vicisitudes de su pueblo.

Muchos estudiantes expresan su anhelo de ser abogados. La carrera universitaria no termina con la obtención del título: la misma recién comienza. A veces, en la carrera, se deja de lado los valores que deben movilizar a los futuros profesionales. Cuando se habla de ética parece que se está expresando algo vacío y abstracto. Se trata de algo primordial que debe ser el eje de cualquier abogado. La mediocridad propia del ejercicio profesional radica en la obtención de una mínima ventaja sobre el otro con el objeto de vencerlo judicialmente. Existe una creencia en que el éxito profesional implica  el perjuicio de los colegas sin importar las consecuencias mediatas o inmediatas. La dicotomía del ganar- perder a afectado tanto la cohesión social que la profesión se ha convertido en un campo de batalla absolutamente competitivo en el que el individualismo impera y la cordialidad se ha dejado de lado. Dicha dicotomía se profundiza en las aulas de estudio como si la puntuación en un examen reflejara los conocimientos adquiridos necesarios para el desenvolvimiento de la profesión. La enseñanza universitaria debe contemplar estos aspectos profesionales pensando en el mañana, ya que el anhelo más grande es la formación de profesionales decentes y capacitados. La indecencia es sinónimo de mediocridad.


Referencias del autor:

Abogado recibido en la Universidad de La Matanza. Especialista en administración de justicia por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente trabaja en el poder judicial de la provincia de Buenos Aires. Anteriormente se desempeñaba en la administración pública municipal.